Por: Mónica Henao
Abre la puerta y sube a la parte trasera del auto plateado de línea clásica, ajusta el vestido y con la mano quita los pliegues para que no se arrugue la falda. Un viento cálido roza sus mejillas, hoy terminan décadas de palpitaciones presentidas, cierra los ojos.
Abre la puerta y sube a la parte trasera del auto plateado de línea clásica, ajusta el vestido y con la mano quita los pliegues para que no se arrugue la falda. Un viento cálido roza sus mejillas, hoy terminan décadas de palpitaciones presentidas, cierra los ojos.
La bocina de un auto convierte el momento en viernes de
Colegio. Por aquellos días almorzaba y se recostaba una hora, se levantaba y
duchaba, arreglaba y cepillaba el cabello, lo que le tomaba el resto de la tarde. Luego buscaba ropa cómoda, de fin de semana, tomaba
un libro de la mesa de noche y esperaba que la recogieran. Cerca, muy cerca del
auto en el cual viaja, pasa una moto. Extiende una sonrisa de mariposa y sigue
errando por los rincones de la memoria.
Siente que el carro
desacelera y escucha la perorata de un vendedor de dulces. En ese entonces la rutina de cada ocho
días era salir a cine con Eugenio, era el día perfecto, esa noche su padre tenía una reunión con amigos. Pita una moto.
Sonaba el citófono. Cada segundo se acompasa como una orquesta bajo la
dirección del recuerdo y su cuerpo es poseído por el vaivén de los sueños, los
autos sobrepasan al vehículo en que
viaja y ella no abre los ojos, vuela como mariposa, sonríe, de veras que sonríe, Bajó por el ascensor y su novio la esperaba en
la recepción del edificio, con el casco y una bufanda entre las manos, el
trayecto de regreso era frio y largo. En el carro hace calor, aún con su
vestido de organza, de hombros descubiertos, navega entre pasiones y le tiembla el alma. ¿Por qué le tiembla el alma?
Se abrazaron,
inhaló el olor a colonia y la boca fina
de Eugenio fue dulce y cálida sobre sus labios. Bajaron como un ventarrón las
escaleras de edificio donde ella vivía y de un salto se sentaron en la moto, tomó
a Eugenio por la cintura. Una brisa fría la recorre, el vehículo sobrepasa los
autos, ahora van a mayor velocidad.
Escucha que el
conductor le pregunta la hora del evento, llegarán a la hora indicada, no le mira. La moto roja de gran cilindraje los había
llevado a velocidades de crucero, ella esperó que él se quitara el casco y bajó
de la moto, descendió y sacudió su cabellera, en el vano de la puerta escuchó
las voces de los invitados y las mariposas en el estómago revolotearon. Tanto o
más que ahora, se le llenan de sonrisas los labios, las manos, la piel, el alma. Toda ella es una mariposa.
Cruzaron el
vestíbulo y fueron recibidos por la dueña de casa que estampó un beso en su carita de fiesta. Los invitó a pasar a
la sala y, cuando Eugenio le dio paso, lo vió, el corazón saltó y avanzó a paso invalidante hacia él. Le
extendió la mano y comenzó el combate de las incertidumbres, el apretón y el calor de sus manos le acariciaron por años la piel.
Calcula que llevan veinte
minutos de camino, el carro va deprisa. Sigue ensimismada. Se sentó lo más
alejada de Mario de Jotardy, no se dejó ver de él, le preocupó que en sus ojos
coloreados de sueños, se descubrieran las palpitaciones desbocadas. Es poco lo
que habló, y se concentró en los comentarios y apuntes de los contertulios: Londres,
su mercado de antiguedades y arte, Carlos, el papá, sienta cátedra sobre urbanismo y Eugenio los actualiza
en música y cine. La noche pasa con rapidez
y ese rostro como ahora vivirá en el
recuerdo.
Pasan un resalto y
toca en su bolso de mano el espejo regalo de su hermana. Antes de salir ha
revisado el maquillaje, hoy sus ojos son de un verde intenso, no ha
querido abrirlos, desea que cada pensamiento sea una impronta en su memoria. Un
auto de motor potente les sigue de cerca desde hace unos cinco minutos y otra
tarde de Colegio la invade. Se voló de la oficina y le indicó al conductor la dirección del cole de sus hijos, es el
primer informe del año y no deseaba ser impuntual, Héctor Fabio era el chofer de
esa época. Ahora también va con un conductor pero no necesita darle
indicaciones, ya que conoce el destino. Una moto chirrea cerca al auto en el
cual viaja. La puerta eléctrica del Colegio chirriaba, se abre y ve un volkswagen
Beatle en el parqueadero. Entró en la recepción, Mary dió su nombre y el de su hijo, recordó el
nombre de la recepcionista en la escarapela: Olguita Sánchez, quien la guió a
la sala de reuniones. Se detiene el auto, cree que es un semáforo.
Salió de salón de
clase un hombre maduro ojos carmelita y chaleco, la arrolló y se detuvo en
seco, no la vio por estarse despidiendo, risas y carcajadas. La profesora se lo presentó: era Mario de Jotardy el papá del
mejor compañerito de su hijo, desde entonces eleva sueños.
Mary escucha que el
conductor le anuncia que faltan cinco
minutos para llegar a su destino. Suspira y los pies le tiemblan. Tembló en
casa de Eugenio, en el Colegio. Pasa otra moto, tiembla, el carro se agita, siente que gira, sus palpitaciones
son desbocadas, algo pegajoso y caliente le recorre la cara, el rostro de Mario
es blanco, más y más blanco, el amor la
eleva, ahora vuela y sus brazos ligeros, son ahora alas de mariposa. A Dios.
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