(Por: Jota Luis Echavarría)
El hombre está sentado en la sala de espera. Le dieron un ficho
con el número sesenta y cinco. Busca en cada uno de sus bolsillos, finalmente
los encuentra, tose de manera persistente y tiene dificultades para encenderlo,
lo devora a bocanadas, parece que no puede respirar. Se levanta de la silla,
afloja el nudo de su corbata, camina erguido entre filas de enfermos que a
gritos desesperados le reprochan que fume en la sala. Se detiene, los mira a
todos, uno a uno, termina de quitarse la corbata, no puede evitarlo y grita:
- ¡Qué miran imbéciles!!
- ¡Estoy más vivo que todos
ustedes juntos!!
Arroja el saco al piso. Muy despacio, como si no tuviese afán
alguno en hacerlo, toma los últimos cuatro cigarrillos que le quedan, los pone
en su boca y los enciende todos. Se pone de rodillas en el centro de una sala,
se llena de humo el cuerpo en medio de la gritería de todos los presentes. Se
va de bruces al piso, inerte. Se abre la puerta de la sala y entran un médico y
su enfermera.
-
Qué sucede, grita el médico
En la sala hay un silencio sepulcral, todos miran al lugar donde
yace el hombre
-
Tenemos un muerto aquí, le
responde la enfermera
- ¿Quién?
-
El sesenta y cinco doctor
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