(Por: Luz Victoria Llano)
Me siento en el suelo y miro a mi alrededor. Acabo de entrar por la portada, que se encuentra en el claro del bosque. No parece haber nada peligroso o amenazador en el paisaje y, sin embargo, me siento inquieta. Los árboles son inmensos y tienen formas extrañas, de raíces torcidas, y ramas que se entrelazan entre ellas formando intrincados diseños; hay arbustos que alcanzan varios metros de altura y enormes y bellísimas flores cuyos pétalos se abren en ángulos y siluetas inverosímiles, sus olores me envuelven en embriagadores perfumes.
Todo es muy diferente a lo que yo conozco y, no obstante, no siento nada anormal en aquel lugar. Es como si la naturaleza hubiera encontrado de pronto la inspiración y la fuerza necesaria para llevar a cabo sus más atrevidas quimeras. Tengo en cuenta la enorme cantidad de energía que vibra en el ambiente.
No es de extrañar que, en mi soledad, me acompañen personas del pasado, con las que he compartido momentos tan felices en estas montañas.
El bosque me sorprende, al ver que algo se mueve entre las ramas más altas. Sobresaltada vi a lo lejos volar "la soledad", sus colores brillan al sol con visos azul profundo, recorriendo su cuerpo la gama colorida entre el azul claro,el aguamarina y el amarillo. Parece que en ella se funde el cielo azul, el agua cristalina de la quebrada que corre bajo mis pies y los rayos dorados del sol. La miro volar y busco instintivamente su pareja, nunca vuelan solas siempre tienen en una rama cercana, su compañero. Es la soledad del amor verdadero, de la independencia que deben tener los amantes, que se aman en el respeto y la libertad. Es estar tan cerca, como para sentirse uno al lado del otro, y tan lejos como para poder realizar su propia vida.
Oigo otro ruido mas intenso que desvía mi atención a las ramas de los árboles que surcan el camino de la entrada. Sólo resulta ser el ruido de un animal, probablemente un pájaro. Sonrio nerviosa, y continúo mi camino. El ruido aumenta y me hace detener, es tan fuerte que me impide oír los demás sonidos de la naturaleza...es una guacharaca. Si, parecen gallinas grandes, que bajan del monte buscando la comida que les arrebató, la tala inclemente de árboles.
Sigo caminando, el claro no esta muy lejos del límite del bosque. Los árboles se abren un poco más allá y dejan entrever las formas suaves de una llanura, iluminada por el sol.
Camino hasta la orilla de la quebrada y allí observo los bellos peces de la región que brincan a la superficie, permitiéndome admirar su arco iris de colores.
Veo un punto en el horizonte...contengo el aliento.
Contra el cielo, se recorta la alta figura cónica de una torre, una torre de sólidos cimientos, acaba, sin embargo, en un esbelto picacho que parece pinchar la más grande de las nubes.
Se encuentra demasiado lejos como para poderse apreciar los detalles de la estructura, pero a primera vista me parece hermosa e imponente.No obstante, había algo en ella, en su silueta, que me resultaba familiar.
Es una torre de comunicación.
Salgo al camino veredal, a la derecha encuentro la casa solariega de muchas habitaciones que existe hace casi un siglo, sus habitantes recorren los bosques cercanos, sin interrelacionarse con los vecinos. A la izquierda un sembrado de hortensias, que cubre el perfil de la montaña con su color peculiar.
Camino y me encuentro con los perros del vecindario, se acercan amistosos reconociendo mi olor familiar.
Un pequeño puente cruza la quebrada, que me acompaña desde el principio del camino. Regreso, las orquídeas de brillantes colores, la enrredarera " ojo de poeta, cubre agresivamente los árboles nativos a la orilla de camino, las portadas y los linderos sembrados de bambú me impiden ver más allá. Estoy sola en paz conmigo misma y con mi alrededor. Camino de regreso a casa.
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